CAMINANDO CON TAMBORES


Bajo las innumerables estrellas se recortaban las siluetas de los árboles negros.
En medio de un círculo de tierra, un fuego sagrado espantaba alimañas, temores y espíritus hostiles.
En el ruidoso silencio del monte, formamos otro círculo amplio, unidos y sin apenas conocernos. Sabíamos que Todo lo que está en Orden nos había conducido allí. Nuestras almas estaban frescas y entregadas a la experiencia por venir.
Al son de los tambores, iniciaríamos un primer viaje interior hacia el misterioso mundo que los brujos llaman “el Mundo de Abajo”.
Recostamos nuestros cuerpos sobre la tierra, vendamos nuestros ojos para no confundirnos. Cambiamos nuestra respiración. Y al son del tambor ritual iniciamos la búsqueda de la entrada.
Rápidamente me encontré ingresando en un túnel vertical que se abría en el claro de un bosque. ¿Otro bosque? ¿Ese bosque?... Bajé a una velocidad increíble acompañada por una bandada de aves negras que parecían prehistóricas, hasta que aterricé en una gran planicie circular. Comencé a andar, con el objetivo de encontrar mi animal de poder, el que me guiaría en este y los próximos viajes.
Todo iba a gran velocidad, y de pronto me encontré formando parte de una larga fila de seres alados, aves de distintas épocas del tiempo de la Tierra. A cada una le preguntaba si era mi animal de poder, y todas contestaban negativamente.
Entonces me detuve, y pregunté por qué estaban presentes en mi viaje.
- Para que comprendas que Abajo también se puede volar.
Me alejé de la bandada y el estrépito de alas batientes. Seguí adelante sola.
Muchos animales se me aparecían, pero ninguno aceptaba ser mi animal de poder. Me molestaban tantas presencias y tantas conversaciones. Me sentía confusa, perdida. Todas esas voces me eran ajenas, pero a la vez me pertenecían.
De pronto, un águila inmensa me tomó con sus patas y me elevó a gran velocidad.
Le pregunté si ella era mi animal de poder, y contestó que no. Volví a preguntar para qué aparecía entonces, y elevándome aún más alto contestó:
- Para que mires las cosas desde otra perspectiva.
Luego me depositó en el suelo y desapareció.

Me interné así en una zona selvática, tupida, caminando casi a tientas entre troncos caídos y mohosos, flores extrañas, lianas, hongos indescriptibles, seres reptantes. Las ramas de los árboles se trenzaban y entrelazaban y apenas dejaban pasar la luz. El aire era húmedo y denso. Súbitamente sentí la presencia de un animal de cuerpo grande y paso silencioso, y unos ojos amarillos aparecieron ante mí, paralizándome. Una pantera se recortó contra la luz filtrada entre la espesura.
- Eres mi animal de poder? – pude preguntarle.
- Sí, yo soy - dijo, mientras comenzaba a adquirir la forma de un pequeño gato.
- Y por qué estás cambiando de forma?
- Esto es todo lo que puedes tolerar por ahora.
El pequeño gato comenzó a caminar a mi lado. Al principio me sentí más cómoda con él, como si estuviera más a mi medida. Me recordaba un fuego de hogar, un sillón mullido, un plato de leche tibia, siempre servido… El pequeño felino pareció sonreír y, como una ráfaga vi la sombra de la mirada de la pantera en sus ojos. Me sentí incómoda.
Anduvimos largo rato, dejando la selva atrás y cambiando paisajes, hasta que llegamos a la entrada de un túnel muy estrecho excavado en la roca. Un fuerte tumulto nos sacudió, como si la tierra temblara, y ví una inmensa manada de cebúes que se precipitaban por un puente angosto hacia la entrada del túnel, levantando una gran polvareda y estorbándose con sus cuernos.
- Y para qué están aquí?- pregunté a mi acompañante, conciente que en un viaje interior nada aparece si no tiene un sentido.
- Para que te preguntes si acaso puedes formar parte de la manada.
Una parte de mí parecía desearlo. Y entonces, inmediatamente, fui jalada hacia el interior de uno de aquellos cuerpos aterrados, sentí el entrechocar de sus patas, de sus cascos, de sus lomos sudorosos, el polvo caliente que respiraban, el apremio, la falta de espacio, de aire, la presión y el miedo de todos ellos, que eran como un solo ser.
Me afané por salir de aquel cuerpo y volver pronto junto a mi animal de poder.
- No, no puedo - dije. Sentí alivio y también un cierto vacío doloroso. Pero mi alma había reconocido parte de su naturaleza. Junto a mí, el pequeño gato había vuelto a convertirse en pantera.
- Todo tiene un costo – dijo ella. Si caminas sola, puede acompañarte la tristeza. Pero estás libre. En la manada renuncias a tu espacio propio, pero perteneces. De todas maneras – agregó luego, misteriosamente – al final sólo se trata del amor. De hacerlo carne. De perfeccionarlo. En cualquier vida que elijas. Esa es la verdad, la única verdad.
Contesté que me sorprendía que un animal cruel como ella pudiera enseñarme sobre el amor.
- Estás equivocada si crees que todo lo que duele o daña es por crueldad. Como no toda blandura es amor. A veces dices que sí creyendo que es por amor, y sólo es tu debilidad. Una complacencia que aborrece de los límites.
- Y no es que el verdadero amor debe ser incondicional?
- El amor incondicional no es el amor incapaz de poner límites. El buen amor es bueno con uno mismo también. Es un amor sabio.
- Pero a veces me parece que los límites son crueles.
- Los límites cuidan y dan forma. Te confundes y equivocas también cuando llamas crueldad a actos que tienen que ver con cuidarte a ti misma. Tienes que alimentarte, y eso no es crueldad. Es sólo lo que las cosas son. Cada uno es una parte del Universo que está a su propio cargo. Nos debemos al Amor tanto como a nosotros mismos.

Y comprendí por el brillo de su mirada felina que había allí una inmensa lección a aprender, y que por eso mi animal de poder era una pantera.
Luego el tambor anunció que era tiempo de regresar. Agradecí, y con su presencia fuerte y serena regresé a este mundo. -

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